lunes, 16 de diciembre de 2013

Viaje...



No tengo perdón llevo muchísimo tiempo sin asomar a esta ventana. Entre viajes, cursos y  trabajo…

Aunque no me voy a excusar conmigo misma ni con aquellos que me leen, simplemente estaba a otras cosas. Queda poquito para terminar este gran año y necesito llenar muchos folios. Las aguas no sé si están volviendo a su cauce, pero mi actitud tal vez sea la que está cambiando, no negaré que los nervios se siguen apoderando, unas veces por responsabilidad o por el miedo a errar  y otras, por esas personas ajenas a nosotros que nos hacen plantearnos hasta como somos, grave error.

Hace dos semanas visitamos un lugar maravilloso, por una película o un libro. El valle de Baztán por un lado gracias a Dolores Redondo y su “Guardián Invisible” y por otro, “Las brujas de Zugarramurdi” de Alex de la Iglesia que nos llevaron a Zugarramurdi,  a sus cuevas y museo de las brujas. 



Desde aquí animo a que no dejéis de visitarlo, a mí me encantó. Por un lado el museo nos enseña la visión de esa institución tan arraigada en su tiempo y autoritaria, porque no hubo tantos perdones que no pasaran antes por humillación, sí, hablamos de la Santa Inquisición. En la segunda planta una visión más naturalista y real, la brujería desde la sanación, es decir las mujeres que a través de la medicina natural curaban enfermedades, además de cuidar a sus hijos, educar a sus nietos y es que la mujer en la cultura vasca era muy querida y considerada. Ya sabemos que cuando alguien llega a ostentar alguna cota mínima de poder, puede ocasionar temor. 



La otra parte ha sido la cascada de Xorroxin, aunque el trabalenguas no lo decíamos bien. Y el camino de ovejas y carneros, de hojas por el suelo, verde, marrón, naranja, los colores del otoño y que recordaban a cualquier película francesa de campiña, dónde el vino tuviera un lugar.



Pamplona, visto y no visto en el Colmado, degustando sus pintxos, nos embrujó, sobre todo como en una película cómica, a plena luz nocturna, nos transformamos en personas de ciudad mientras nos miraban a través de las ventanillas. Orisoain y el hombre del zumo de piña, gran habitación con ventanas de la época de los Reyes Católicos, ni en mis mejores sueños. 



Las cuevas de Urdax y sus estalactitas, dan cabida a los murciélagos que se guarecen en invierno y con sus formas, dan aforo a emotivos paisajes que hacen alusión a la fauna del mar como son las medusas. Los pueblos de tejados rojos y azules, las calles empedradas, el txantxigorri, el vino tinto, el pastel vasco, la dorada, etc.



Elizondo y su misterio, la noche tan oscura y cerrada, el frío norteño. 




La  vuelta a la rutina a un pie del nuevo año. Lo mejor del viaje ha sido la compañía.

Olite y su castillo dentro de la Navarra media, las galerías medievales en las cuales explicaban el reinado de Carlos III el Noble, vestuarios de una época, la botica, alimentación, en definitiva, la cultura medieval ya lindando con la Edad Moderna.



“Tal vez el amor sea eso, compartir el frío”  Antonio G. Iturbe






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