No tengo
perdón llevo muchísimo tiempo sin asomar a esta ventana. Entre
viajes, cursos y trabajo…
Aunque no me
voy a excusar conmigo misma ni con aquellos que me leen, simplemente estaba a
otras cosas. Queda poquito para terminar este gran año y necesito llenar muchos
folios. Las aguas no sé si están volviendo a su cauce, pero mi actitud tal vez
sea la que está cambiando, no negaré que los nervios se siguen apoderando, unas
veces por responsabilidad o por el miedo a errar y otras, por esas personas ajenas a nosotros
que nos hacen plantearnos hasta como somos, grave error.
Hace dos
semanas visitamos un lugar maravilloso, por una película o un libro. El valle
de Baztán por un lado gracias a Dolores Redondo y su “Guardián Invisible” y por
otro, “Las brujas de Zugarramurdi” de Alex de la Iglesia que nos llevaron a
Zugarramurdi, a sus cuevas y museo de
las brujas.
Desde aquí
animo a que no dejéis de visitarlo, a mí me encantó. Por un lado el museo nos
enseña la visión de esa institución tan arraigada en su tiempo y autoritaria,
porque no hubo tantos perdones que no pasaran antes por humillación, sí,
hablamos de la Santa Inquisición. En la segunda planta una visión más
naturalista y real, la brujería desde la sanación, es decir las mujeres que a
través de la medicina natural curaban enfermedades, además de cuidar a sus
hijos, educar a sus nietos y es que la mujer en la cultura vasca era muy
querida y considerada. Ya sabemos que cuando alguien llega a ostentar alguna
cota mínima de poder, puede ocasionar temor.
La otra parte
ha sido la cascada de Xorroxin, aunque el trabalenguas no lo decíamos bien. Y el
camino de ovejas y carneros, de hojas por el suelo, verde, marrón, naranja, los
colores del otoño y que recordaban a cualquier película francesa de campiña, dónde
el vino tuviera un lugar.
Pamplona,
visto y no visto en el Colmado, degustando sus pintxos, nos embrujó, sobre todo
como en una película cómica, a plena luz nocturna, nos transformamos en
personas de ciudad mientras nos miraban a través de las ventanillas. Orisoain y
el hombre del zumo de piña, gran habitación con ventanas de la época de los
Reyes Católicos, ni en mis mejores sueños.
Las cuevas de
Urdax y sus estalactitas, dan cabida a los murciélagos que se guarecen en
invierno y con sus formas, dan aforo a emotivos paisajes que hacen alusión a la
fauna del mar como son las medusas. Los pueblos de tejados rojos y azules, las
calles empedradas, el txantxigorri, el vino tinto, el pastel vasco, la dorada,
etc.
Elizondo y su
misterio, la noche tan oscura y cerrada, el frío norteño.
La vuelta a la rutina a un pie del nuevo año. Lo
mejor del viaje ha sido la compañía.
Olite y su
castillo dentro de la Navarra media, las galerías medievales en las cuales
explicaban el reinado de Carlos III el Noble, vestuarios de una época, la
botica, alimentación, en definitiva, la cultura medieval ya lindando con la
Edad Moderna.
“Tal vez el amor sea eso, compartir el frío” Antonio G. Iturbe
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