Tierras altas, al norte, punto al que hay que seguir,
parajes verdes de frondosos bosques, húmedo y soleado. De frente, el monte con
sus altos eucaliptos, laurel que adereza los potajes, vacas y cabras pastando. Burros
carreteando, cuestas, subidas y bajadas, carreteras que cruzan, separan las
casas de tejados con pizarra. Detrás, la más larga playa, con sus dibujadas
rocas y piedras descubiertas por el mar.
Aventuras y ensueños vividos en la arena, cuando acontece el
viento se queda en soledad, vacía y misteriosa. Sus aguas son frías como el
hielo, valiente aquel que se adentra, bravo oleaje nos indica su bandera
amarilla, precaución al visitante, poderosa fuerza que cobra el agua.
Caminos llenos de hierbabuena, aquí llamado infante,
ortigas, cardos y manzanilla silvestre. Zarzamoras que dan sus frutos al final
del verano y no falta la mora en los desayunos, postres, dulce sabor, pepitas,
negras manchas al madurar.
Grandes paseos alrededor de la costa, propios de hacerse en
bicicleta o caminando, recorren esta naturaleza viva, digna de ser vista,
fuentes de las montañas que alimentan los árboles y maleza. Paseo de los
enamorados, con su puesta en escena, la gran cascada, rutas a caballo y buen
comer, ingredientes que nos hacen repetir año tras año.
Las catedrales suenan a barroco, pero no es más que piedra
escarpada a lo largo de la arena, haciendo entre sus huecos grandes puertas que
al bajar la marea se observa su grandiosidad. Patrimonio natural, entre Galicia
y Asturias, es una foto obligada en este punto de la geografía.
Viajes en coche, por carreteras comarcales, visitando las
aldeas, pueblos y puertos. Libertad y magnificencia entra por las ventanas,
largos kilometrajes recorridos, sola o acompañada. Zorros, ciervos, gatos,
perros y conejos, fauna en su extensión. Peces en horas de pesca, si hay
suerte, algún pulpo, plato típico por estas lindes. Así es Galicia y sus
orillas, vertiente que da al Cantábrico, frío pero con respeto. Lugar para
soñar y para endurecerse, tierra de meigas, duendes, rituales celtas los
envuelve.
Dos grandes fiestas, en julio el Carmen, lo cubre su manto
de flores, trabajadas durante toda la noche y el gran San Lorenzo en agosto,
fuegos artificiales acompañados por música, dan paso a la movida, cuesta llena
de bares, la taberna que nos endulza con sus cafés, recuerdo de Mamá Figueira.
Trabajo de campo, buena comida y ese acento dulce, envuelve
a sus gentes. Amables y atentos, encanto desprendido, dan lugar a las más
variopintas historias. Compartiendo sus paisajes, veranos que transcurren
deprisa, alegría cuando llegas, tristeza cuando te vas. Cosas pasadas,
churrascos los domingos en familia, fotos de recuerdo, el pelo aclarado, la
piel oscurecida y la voz acentuada. Muchas formas de llegar, unas más largas
que otras, dos trenes, no son buen síntoma sólo si exceptuamos lo que ven los
ojos. Autobús de malas condiciones, cansancio asegurado, lo compensa la
mantita, amplitud de cama y la brisa norteña. Buena elección cada verano…
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