¿Cuántas veces habéis escuchado
decir, yo esperaba que me llamaran, que sintiera algo por mí, que se preocupara
por mí, que me hiciese un regalo o que estuviese ahí? Ejemplos, hay de todos lo
colores, gustos, sabores, pero siempre que emitimos algunos de esos ejemplos,
muy pocas veces nos damos cuenta de lo que hacemos nosotros. Porque no siempre somos tan cumplidores,
muchas veces se nos pasa por alto que tenemos que estar pendiente de otra
persona, por el simple hecho de que estemos ocupados, se nos olvide o
dependamos de otros problemas. Cierto es que con cierta personas, quizás no
deberíamos olvidarnos, pero el deber, es una palabra que al final implica
obligación, pero lo que también es cierto es que ser exigente, requiere mucho
trabajo, mucha energía y no todo el mundo es perfecto, todos acabamos haciendo
nuestra vida y hoy en día, a pesar de lo fácil que es comunicarse con una
persona, estamos a muchas cosas a la vez, esto es malo, porque puede deteriorar
las relaciones, es más importante las personas, pero tampoco es un delito,
considero que el restarle importancia a las cosas, es un buen ejercicio de
relajación, de buena conducta y positivo.
Una vez leí en el libro, “El blog del
Inquisidor” de mi escritor favorito, Lorenzo Silva, algo que me llamó la
atención y que creo que tiene mucha razón y que pasaré a resumir a
continuación, en concordancia con las líneas anteriores.
Él, distinguía clases de personas en dos
grandes grupos: los contables y los pródigos.
Los primeros, como su nombre
indica son los que llevan la cuenta de todo, tanto de lo que hacen los demás,
como lo que hacen ellos mismos. Y lo que esperan es que todo tenga su
contrapeso, es decir, yo te doy, siempre que tú me des a mí después. No todo es
negativo, también nos explica que son personas con mucho sentido del orden, la
justicia y siempre van a querer corresponderte, detallistas y organizativos.
También pueden ser intransigentes y avaros.
Los segundos, los llama, los
pródigos, no llevan la cuenta ni de lo que hacen, ni de lo que les hacen, son
malos para corresponder. Pueden ser brillantes, creativos, ocurrentes,
generosos, apasionados, no miden el afecto, ni la amistad. Pueden llegar a ser
descuidados, precisamente por no llevar la cuenta y exponerte a experiencias
desagradables, en algún momento se comportan de forma temeraria y no son buenos
administradores.
Se puede tener de los dos, pero a
la hora de las grandes crisis o encrucijadas, predomina uno de los dos. Pienso
que está muy bien definido, es cierto que la mayoría de personas somos así,
siempre predomina una de estas dos vertientes. Si tuviera que definirme, no sé
por cual sería la acertada, hace años creo que hubiese optado por la de
contable, con los años, la madurez, la despreocupación y el pasotismo hacia
ciertos detalles que creo que no tienen la suficiente importancia, me han
podido llevar a considerar la otra vertiente, pero eso no indica que no sea
detallista, simplemente considero que cuando se espera algo de alguien, hay que
pensar en lo que nosotros hemos hechos anteriormente, no en el momento actual
en el que lo exigimos, nos enfadamos; evitaríamos disputas y todo sería más
sencillo.
Porque la vida está para
disfrutarla, hacerla más fácil a los demás y a ti mismo, no hay nada como
preguntar en el momento y si no, como los trenes, se pasó la oportunidad, por
lo tanto, nos toca olvidarnos.
Como dijo uno de los grandes, “No
estoy en este mundo para vivir tus expectativas y tú no estás en este mundo
para vivir las mías” (Bruce Lee).
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