Me gusta imaginarme millones de palabras escritas y cómo al
observarlo me emociono por haber seguido ese proceso.
Me encanta ver una película con José y cuando llega un
momento romántico me aprieta la mano o me hace caricias, me hace sentir que
pensamos lo mismo.
Adoro los abrazos de bienvenida, felicitación, emoción,
alegría, cariño, de reposo y sobre todo los que generan confianza, tranquilidad
y seguridad.
Me gusta el olor a tierra mojada o los minutos antes de
empezar a llover, el ruido que hace una hoja en otoño al ser pisada.
El silencio a altas horas de la noche en un vagón de metro
mientras vamos sumidos en nuestros pensamientos y crear nuevas ideas, aventuras
o posibilidades.
Me encanta el tacto de la mano de Mateo mientras se levanta y
te mira sonriendo, su carcajada, cómo se queda contigo y busca llamar tu
atención.
La mirada de un padre a un hijo, eso me recuerda a la vuelta
de un viaje por parte de mi padre y lo que suponía abrir su maleta. Cómo nunca
acertaba con mi madre o mi hermana y los peluches divertidos, extraños que
traía, la vuelta a casa, añoranza y seguridad.
Bailar, sentir la música a través de un cuerpo, dejarse
llevar, un recuerdo de postal navideño, los hermanos en el salón bailando y
posando ante las fotos.
Intentar captar miles de momentos a través de un visor para
no perder la memoria.
El olor al abrir un libro nuevo, romper los envoltorios,
besar lentamente y sentir que ya es para toda la vida.
La carcajada de mi amiga Carmen y como sigue las bromas, la
caída en una roca puede resultar algo cómico, aprender a esperar mientras te
refresca el mar y su brisa, el momento de captura de un pez añadido a la
vibración de la caña que sujetas, cómo la música saca ideas de tu mente.
El sabor del chocolate en una tarta, el mousse asturiano, la
tarta de un jardín, dulces momentos con o sin amores. Reír hasta reventar en veladas
amigables, cenas en verano, Ponferrada, tardes de Retiro y cenas de clásicas
cadenas hosteleras: Alánchela, Lucía, Sonia, Paloma, Carmen, Carolina, Nuria, José,
etc.
La generosidad de las personas en momentos cotidianos,
trayectos de viajes interurbanos, la vida que no te imaginabas, energía con María, Héctor,
Nuria, Marta, Carmen, confesiones, apoyo y ánimo.
Me gusta agradecer a todas las personas que he tenido a mí
alrededor que me han hecho pasar buenos ratos incluso aunque ya no estén.
La llegada de un cocido a la vuelta del verano y un caldo
gallego al comienzo del mismo. Lacón en nochebuena, un parchís siempre puede
crear complicidad y un buen “tute cabrón”, buenos momentos. Cómo el beso de
Klimt está lleno de significado con colores cálidos como algo que arde desde
dentro.
Escuchar bandas sonoras de películas y transportarte al
instante en que la viste y con quién la compartiste. Porque Michael Jackson
creó el movimiento y Boney M buenos reencuentros, el piano desborda los ojos y
te hace más sensible de lo que aún eras hasta entonces y recuerdas las palabras
de Teresa “nunca lo pierdas”.
La buena ironía y gracia de María, consiguiendo que a través
de una pantalla virtual eches a bocajarro esa risa más parecida a una bruja de
lo que tratas de esconder. Lo bonito que
es observar como muchas personas buscan su autosuperación y no desisten en su
empeño. Y como los verbos debería y tener que, no estaban bien usados, dado que
tan solo el querer es la clave.
Me gusta el autodescubrimiento, descubrimiento e
investigación, porque partes de una razón para llegar a otra mejorada. Me gustan
los viernes al terminar una jornada de ocho horas cuando sabes que ahora toca
disfrutar. Los paisajes verdes, amarillos, rosados, la noche, el día, la luna,
las luces amarillas, la piedad y llorar al encontrarla.
La ciudad de la que no querías regresar y como la oscuridad
una vez que te has adentrado puede hacer que todo sea luminoso, claro y
abierto. Visitar una exposición sola y conseguir un trofeo tienen el mismo
efecto, detenerte ante una mirada y entusiasmarte al reconocerla. Empezar a
escribir y dejar que transcurra el tiempo, no parar. Los caminos, las carreteras,
los senderos son una guía en un viaje y volver a emocionarte.
Una boda, no una cualquiera, el días más bonito, una tarjeta,
admirar los álbumes de recuerdos y creer que cada persona guarda los suyos,
pensar en crear los tuyos propios. Ser la fan número uno de Paul Newman y nunca
ocultarlo. Admirar la belleza cuando la veo, el coraje de subir una montaña. Los
viajes en tren cuando sabes que estás disfrutando del momento e imaginas todo
lo que queda por hacer, relajarse a través de la ventanilla.
Soplar una flor, una vela o cuando tratas de quitar una
molestia en los ojos. Verte reflejada en los ojos de una persona que te quiere.
Las caricias recorriendo una espalda, los domingos y las mantas, las tardes
filosóficas. La búsqueda del lenguaje y la composición de las palabras, conocer
a personas y dialogar en otros idiomas diferentes a los ya conocidos, desayunar
en una terraza, el pan con aceite, un café o té y un periódico o revista de
cine.
Que te tapen los pies y te arropen como cuando eras una niña
mientras tu madre te mordía la barbilla. Los besos sobre párpados cerrados,
escuchar la lluvia a través de mi ventana, soñar despierta. Tumbarte con
alguien sobre la hierba mientras te cubren las copas de los árboles y el cielo
de la ciudad, aunque te olvides del lugar que pertenece.
Abrazar a Pipo y Ayla, sentirte querida, mimada y buscada. La
identificación con las imágenes, líneas de papel, creaciones. El tacto de un
peluche, una manta, una amapola o una sabana limpia, un piano, una guitarra. El
olor de la crema corporal de mi madre que me transporta al verano en el norte. Algunas
colonias masculinas, los besos prolongados, el pelo recién cortado, cuando la
barba empieza a crecer y lo comprueban en tus mejillas, como hacía mi hermano. Las
manos grandes y varoniles, las finas y femeninas. Las confesiones con tus
personas queridas, las risas inaguantables en lugares silenciosos, las imágenes
cómicas que nos hacemos en lugares inusuales.
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